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domingo, 8 de mayo de 2016

MATAR A UN TORO

                         
Imagen del cuento: El toro que bramaba poemas, de Carmen Lodeiro.
Su blog: http://cometacarmenlodeiro.blogspot.com.es/2010/04/cuento-el-toro-que-bramaba-poemas_17.html
   
"Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos.
No estropean los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz,
no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite.
Por eso es pecado matar a un ruiseñor".
Harper Lee: "Matar a un ruiseñor"


Carta a un poeta enaltecedor de la tauromaquia,
que invita al festejo y presume de versos toreros
Preámbulo:
Esta carta no va dirigida a nadie en concreto, sino a quien corresponda. Y es mi forma de expresar la indignación y el dolor que me produce el hecho de que aún se celebren corridas de toros con la complicidad de muchos.
Ya sé que algunos poetas, pintores y artistas han defendido las corridas de toros como un arte e incluso han sido fuente de su inspiración, aunque pocos han llorado por ellos. He leído mucho sobre esto. El resultado para el toro es el mismo: muerte artística agónica, con su parafernalia. Algunos como Vargas Llosa o Savater no se pierden una fiesta taurina y,  dejan sus justificaciones con sandeces como esta de Savater en el País:  "lidiar al toro no es torturarle pues el toro ha sido creado para ser lidiado" ¡Qué poco les influyó Jovellanos o Unamuno. Me parece que nadie debería poner en duda que lo que se hace con los toros es una salvajada y, por ¿diversión? Me ahogo con estas cosas...
Arte es tener el valor de enfrentarse al fuego, pelear con él y salvar vidas. Arte es el diario de cualquier madre o padre con un mísero trabajo y mísero sueldo. en fin... Yo sólo veo sadismos ejercido por mentes déspotas. Es injustificable que estos festejos taurinos aún se permitan. 

Pero el origen de este reclamo surgió al leer a un escritor del que soy lectora habitual, y su acto público en favor de los toros, enalteciendo la figura del torero y, ofreciéndonos una imagen torera acompañada de unos versos de su creación sobre la figura de un torero conocido. ¿Donde está ahí la belleza? Me sobrecogió su falta de sensibilidad hacia un acto tan cruel, del que no se desvincula, sino que no tiene reparos en demostrarlo con su aporte visual cargado de soberbia. Quizá no me esperaba que alguien que se dedica a la enseñanza y la escritura, fomente y propague esta aberrante costumbre de matar toros. ¿Son merecedores los toros de esta saña? ¿Esta crueldad es arte y aporta algo bueno? ¿No encuentra este escritor otra musa más allá de verónica o muleta? Que escriba en favor de esto y se lo crea, me parece decadente... Lo demás de él desconozco, sólo esto me ofende, o tal vez sólo me duele... Supongo que es otro taurómaco orgulloso de serlo. No lo sabía...
Como no quiero lanzas, y sólo tengo algunas palabras, éstas son las que alzo en favor del indefenso.

Desde una orilla, sobre la arena...
Poeta torero:
Te felicito por tu bonita enseñanza.
Sin menosprecio a tu amplia obra literaria, te escribo en respuesta a tu gesto generoso hacia mí – digo generoso y tú sabes porqué – . Como leí en alguna parte: «Por sus gestos los conoceréis». Así, ayer comencé a conocerte...

La escena era dantesca, tú, orgulloso de tus recientes premios literarios y tus muchos seguidores virtuales, quisiste ofrecer a tus lectores una muestra de lo que es una obra de arte bien hecha, y nos deleitaste con un símil poco agradable (a mis ojos y a los ojos de otros), ya que la imagen de un torero con su capote en gesto petulante, carece de logros, de belleza y menos de arte. ¡Vaya hombría! ¡Qué ejemplo tan sano!... ¡Qué poco te duele el calvario injustificable que infligen al toro! Sí. No te comprendo.

Ya sabemos, entonces, que lo que te gusta es que te jaleen... Pero hasta ahí puedo entenderte, quizá porque observando, me di cuenta de que quien te jalea te lee poco, y seguro que tampoco compra tus libros. Yo, por el contrario, acabo de leer uno tuyo, y me gustó su lectura en general, aunque descubrí cierta insolencia manida en algunos versos, de esos que quieren ser a golpe de muleta y estoque. Poca naturalidad leí, quizá, porque esa naturalidad estaba manchada de gestos de otra naturaleza ajena a la belleza poética. Esa parte de tus versos me resultó obscena, aburrida y sin gracia. Quiero decir, que la parte en la cual, literariamente, te conviertes en un ferviente enaltecedor del toreo, engalanando con tu verbo sus proezas, en ésa, ya se me abrieron las venas...

Muchas cosas acudieron a mi mente – lo siento por mí, que me llevé un estocazo – me cuesta comprender que de una mente sensible y pluma delicada, salgan esos versos adoradores, sin la más mínima piedad por el ultrajado toro. Esos vítores, de los cuales presumes, casi pude oírlos, y me transportaron a otros tiempos de circos romanos, donde estas bárbaras costumbres de ser felices ultrajando a otros era moda y diversión.
Fue en ese instante de lectura incomprensible del motivo de tus verso, cuando acudió la escena nítida a mi mente y también me pregunté, pero:
«Quo Vadis?».
La escena abrió las puertas del palacio del Emperador, en donde un gentil Petronio, harto de los ridículos, insufribles e insensibles poemas de Nerón, se fue a su casa para escribirle una carta en donde le expuso lo que todos pensaban y no se atrevían a decirle: «Mutila la vida, pero te ruego que no mutiles las artes».

En fin, esto tampoco es ningún pecado, y mérito tienes, no lo dudo. Siendo como eres un representante de la educación y la literatura, tu ejemplo remueve conciencias. El mérito de saber describir con elogios, la hazaña honorable de un matador de toros tiene premio. Quizá si en vez de escribir un poema sobre el embrutecido, lo hubieras hecho sobre el ultrajado, me hubiera conmovido tu arte. Ahí, justo ahí, fue cuando me dio un golpe de tristeza...

No puedo dejar de imaginarme la mirada de aquel toro, allí en aquel coso, lejano de la mano del Salvador y bajo el mismo techo del Crucificado, donde lloraba cubierto de sangre pidiendo clemencia que nunca llegó...

Yo, que siempre tropiezo en la misma piedra: veo a la gente como no son. Me llevé un sobresalto, pues de un alma sensible, que así te creía, con tu gesto deforme, me quedé helada. No esperaba de ti ese gusto y regocijo por semejante aberración prehistórica, pues yo te imaginaba más humanizado y por supuesto, un ferviente defensor de la vida.

Sí, ya sé, en España y otros países (aquellos a donde llevamos cultura con no pocas lágrimas), no es ningún pecado matar a los toros; ni ir a ver matar a los toros; ni enseñar a los niños a matar a los toros; ni disfrutar con la sangre derramada de un inocente, mientras el matador se revuelca en su verónica, agarra su estoque y con golpe certero remata la faena. Eso sí, después o antes del sacrificio, es costumbre curarse para no ir al infierno y, se le suele pedir al cura de turno que eche su bendición para que la tortura impuesta al indefenso animal, sea bien larga; para que borbote la sangre bien roja a cada puyazo; para que el valiente torero adorne con rejones, banderillas, espadas y estoques, al toro y éste se retuerza lo más dolorido posible; bien bendecida, digo, por los santos del templo, para que el toro resista y no muera antes de la hora prevista. Para que los mirones de la grada se relaman de gusto, aclamen en “vivas y olés”, y pidan a gritos “¡la oreja y el rabo”!. Sólo escribirlo me abruma...
¡Ay, si volviera de su santuario y viera esta fiesta tan poco cristiana aquél que mataron con clavos, alguno de estos valientes quizá alcanzaran su éxtasis...

Como con tantas otras cosas injustas me rebelo y lo critico, aunque sólo sea eso lo que pueda hacer. Espero conocer el día en que esto se prohíba y los toros tengan su derecho a vivir, y el que quiera divertirse torturando que se aplique el estoque, a ver si de placer se le saltan los ojos. 

Quizá Ella no signifique nada para muchos, pero es gracias a Ella, que tú y yo estamos aquí, vivos. No creo que nos otorgara el vivir para dedicarlo a quitar vida sin necesidad y por el placer aberrante de disfrutar de ello. Yo creo que eso pesa en alguna parte. Todo lo vivo merece respeto y dejarlo llegar a su plenitud. ¿Quién es un fulano para matar toros? ¿Con qué derecho se le causa a otro ser vivo indefenso tal castigo, se jacta de ello y se tiene la osadía de llamarlo arte? Es un crimen, lo vistan como lo vistan; lo pinten como lo pinten; lo defiendan como lo defiendan. Y quienes apoyan tales actos y hacen apología de ello, son cómplices y merecen mi crítica igual. Ojalá cambien las tornas alguna vez en la tierra, y a la naturaleza le nazca voz y manos para defenderse.

Por todo esto, y porque de un escritor tan apreciado como te considero, es que me mataste, cuando ante mi crítica, en vez de bajar de tu escenario de trajes de luces y venirte al lado de los que no queremos más fiestas salvajes y menos alabanzas, tú, te subiste aún más alto, y te has hecho taurino de versos fúnebres. Que sepas, que esos actos y dedicatorias toreriles no te honran como escritor y menos como persona.

Estás en tu derecho de seguir apoyando y escribiendo maravillas del toreo. Vivimos en una tierra en la que cada cual mata o idolatra lo que quiere. Pero no esperes que yo pierda mi tiempo en leer tus hazañas presumidas de lo bien que matan los matadores. Y que ya sé que este parecer mío, no significa nada para un escritor convencido de que la vida de un toro no vale nada. Como tampoco te importará, que a consecuencia de descubrir tu afición por los toros y tus versos toreros, a mí se me haya “caído el santo al suelo”.
Espero que también a otros, igual que espero que un día las corridas de toros dejen de ser una fiesta macabra y pasen a ser historia.

Desde mi humilde posición de simple persona que respeta y ama la vida, ¡toda!, y a todos los que me leéis y me dedicáis un momento de vuestro tiempo, os pido que no vayáis a los toros, ni seáis cómplices de estas salvajadas, ni busquéis divertimento en torturarlos. Seamos humanos, humanicemos nuestros actos y no hagamos daño a otros como muestra de superioridad. No enseñemos cosas insanas. Sumaros a las voces y a las plataformas que luchan por abolir los festejos taurinos.
Y a los que se dedican a torear, les pediría compasión. Que busquen otra forma de ganarse la vida, que la Vida se lo agradecerá. Creo que es un legado muy pobre el que dejarán a sus hijos. Cuando a éstos les pregunten por la profesión de sus padres, decir “matador de toros”, probablemente les avergonzará.
Desengáñense, gente torera, no hay belleza en lo que hacen. Sin embargo, el toro es bello: ¡que viva!

Gracias a todos los que amáis a los animales y lucháis por su vida.
Leyendo, leyendo, sobre este tema, llego a la conclusión de que quizá todo se reduce a la educación. Aquellas impresiones recibidas en la infancia, acabarán formando parte de nuestra conducta. Leer, leer... 

Recomiendo el libro de Jesús Mosterín, en contra de la crueldad inútil de estas tradiciones españolas : A favor de los toros. Ed. Laetoli (2010)

Aquí algunos artículos de interés al respecto de este libro para quien quiera informarse y leer.




"En España [...] casi todos los debates son argumentaciones doctrinales. Por eso es tan saludable, y tan educativo, el libro de Jesús Mosterín [...] A favor de los toros, una diatriba apasionada contra la crueldad inútil y el salvajismo de tantas tradiciones españolas, pero también un informe documentado y preciso sobre los términos verdaderos de la cuestión:  desde la fisiología del sufrimiento, en la que todos los mamíferos superiores nos parecemos tanto, hasta los pormenores históricos de una anomalía cultural que nos avergüenza ante el mundo, y que tiene su origen en lo más negro de un pasado que se obstina en seguir infectando el presente" (Antonio Muñoz Molina, El País, Babelia)


http://metode.cat/es/Revistas/Libros/A-favor-de-los-toros-de-Jesus-Mosterin

"Así, en la moderna España de Internet resulta anacrónico un festejo que con su «remilgada cursilería, gestos amanerados y, sobre todo, abyecta y anacrónica crueldad» –como dice Mosterín– nos parece hoy tan solo un vestigio cutre y hortera de la España más bárbara y ultramontana".

"Los artículos de Mosterín reunidos en este volumen convencen. Ni siquiera habrá que leerlos todos, pues unas cuantas páginas bastarán para que quien todavía albergue dudas apueste por la razón y la ética, en contra de la crueldad festejada. Lo importante es que, con la contundencia de sus proclamas, Mosterín ha llamado la atención de la sociedad española sobre el desconocimiento reinante respecto a la atávica realidad de las corridas de toros; y ha dado un paso más hacia un horizonte que algunas veces se vislumbra más cercano: el olvido definitivo de esa España «devota de Frascuelo y de María» –empecinada en el ruedo y la sacristía– que tan reacia se muestra a desaparecer". 


Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.
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Gracias, lectores. 🙏
Merci beaucoup à tous!