Lo sé, amigo:
cuando me miras así,
la nieve se derrite, la luz viaja...
Esta es tu historia.
Kay Siberian
En el tiempo de jaulas
mi corazón aprendió a soñar.
No con huesos de pollo,
no con sobras de pan.
Soñé con el extraordinario escalador
que sube a su destino y lo contempla.
Soñé con las blancas colinas
y los azules ríos de mi madre;
soñé con el tar encaramado en la roca,
soñé con el leopardo de las nieves
al acecho en la puerta de la madriguera.
Las veloces yeguadas de las nubes
con sus crines de espuma,
las manadas humeantes
de los viejos inviernos retozadores.
Soñé con el nómada amigo
alejándose con su mochila de aventura.
Mi padre, Himalaya,
¡fuerte guerrero!,
apretó mi cintura
con la hierba y los hielos,
me dio de su aliento el olor masticable,
fuertes dientes.
Y crecí salvaje y fiero
deslumbrado por corrientes,
y corrí detrás del miedo
con la luna entre mis patas.
Por caminos de aceros
relamí ocultas huellas,
y dormí junto a la estrella
que amaba mi despertar,
la fugaz que a veces llora,
la que cimbrea mi corazón.
Hace tiempo que mis huesos
se cobijan con las sombras,
me han atado las salidas,
me apedrea el hambre mortal.
Las auroras, resignadas,
ya no brillan en mi lomo...
La esperanza se ha caído
por el hueco de mi espalda...
Sigilosa y valerosa acude
a mi cansancio la mañana única,
viste con su rayo
mis ojos que ya desvanecen...
Aquel que entró en mi guarida
con su olor nuevo
y me hizo latir como a un renacuajo.
Pero yo solo espero
el aullido del cielo.
Ya siento que llega
mi padre Himalaya
con su blanca melena,
con mi cuenco de leche.
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Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.